401 Funciones de la música en la sociedad actual

Vivimos rodeadas y rodeados de música, pero pocas veces nos detenemos a pensar qué papel cumple en nuestras vidas.
¿Por qué una canción puede hacernos llorar o sentir fuerza?
¿Qué hace que una melodía se convierta en símbolo colectivo o en refugio íntimo?
Desde que los primeros seres humanos aprendieron a golpear una piedra o a cantar al unísono, la música ha acompañado sus gestos, sus emociones y sus ritos.
Ha sido lenguaje, memoria, celebración, consuelo y también denuncia.
En cada cultura y en cada época, la música ha cumplido funciones distintas: emocionar, unir, enseñar, transformar y trascender.
Explorar sus funciones en la sociedad actual nos invita a escuchar con atención y a reconocer que, detrás de cada sonido, hay una historia, una comunidad y una forma de entender el mundo.
1. La música, emoción y memoria
La música es una presencia constante en la vida humana. Aunque sea invisible y efímera, tiene la capacidad de dejar una huella profunda en nuestra memoria afectiva.
Escuchar una melodía antigua puede hacernos revivir emociones, sentimientos y recuerdos de hace mucho tiempo, incluso aquellos que creíamos olvidados. ¿Cómo es eso posible?
La ciencia actual confirma lo que las culturas han sabido desde siempre: la música activa amplias zonas del cerebro, libera dopamina —una sustancia relacionada con los momentos de placer y motivación— y puede modular nuestro estado de ánimo. Esa relación entre emoción y recuerdo otorga a la música un poder especial: la capacidad de unir el pasado y el presente de cada persona.
Por eso, escuchar música no solo entretiene: también regula las emociones, acompaña los procesos vitales y puede ser una herramienta terapéutica o educativa.

Aud NINO ROTA: Bruscia la Terra
La música asociada a determinados momentos deja una profunda huella en nuestra memoria afectiva

2. La música, vínculo social
Desde los primeros rituales humanos hasta los festivales contemporáneos, la música ha servido para reunir, coordinar y dar sentido colectivo a la experiencia humana.
A través del canto, la danza o el ritmo, las personas sincronizan sus movimientos y emociones, fortaleciendo los lazos de pertenencia y la sensación de formar parte de un mismo grupo humano.
Los cantos de trabajo, las danzas de cosecha o los himnos nacionales son ejemplos de cómo la música construye identidad y cohesión social.
También tiene una función conmemorativa y simbólica: acompaña bodas, funerales, celebraciones deportivas o manifestaciones.
En todos los casos, la música transforma una vivencia personal —como cantar, bailar o escuchar— en una experiencia compartida, en la que lo individual se funde con lo colectivo.
En la cultura de los pueblos indígenas de Australia, existe un tipo de canción conocida como ruta-de-canto (songline en inglés), cuya letra sirve para circular por las redes de caminos trazados a través del desierto y los diferentes ecosistemas por los que los pueblos aborígenes habitan y se desplazan (áreas boscosas, costas, montañas, acantilados y praderas).

3. La música como medio de aprendizaje y transmisión cultural
Antes de que existiera la escritura, la música fue una de las principales formas de conservar y compartir el conocimiento.
Las comunidades cantaban para recordar su historia, enseñar sus valores y transmitir su forma de entender el mundo.
A través de la voz y el ritmo, los pueblos compartían relatos, normas y saberes que ayudaban a mantener la memoria y la cohesión social.
En muchas culturas, aprender música era también aprender a vivir: comprender el entorno natural, las relaciones humanas y los significados que daban sentido a la existencia.
Cada melodía o canto encerraba información esencial sobre las raíces del grupo, sus costumbres, su entorno geográfico y las formas de convivencia que aseguraban la supervivencia común.
Los songlines de los pueblos aborígenes australianos son un ejemplo de esta función de la música como mapa y memoria: sus canciones describen caminos, recursos naturales y lugares sagrados, guiando a las personas a través del territorio y del tiempo. De forma similar, nuestras canciones tradicionales y populares —desde las nanas hasta los romances— siguen transmitiendo hoy lengua, ritmo, cultura y afecto, y con ellas la experiencia de quienes nos precedieron.
Durante milenios, la humanidad dependió de la memoria auditiva y del para preservar el conocimiento: las canciones guardaban los mitos, los nombres de los lugares, las genealogías, las leyes y las enseñanzas morales. Por eso, en la mayoría de las tradiciones cantar era una forma de pensar y de aprender y mantener viva la identidad del grupo.
4. La música: de sentimiento individual a altavoz social
Toda creación musical nace de una necesidad de expresión individual, pero muchas veces esa voz íntima trasciende lo personal y se convierte en una forma de denuncia o de compromiso social.
La música puede reclamar justicia, igualdad, libertad o reparación, y hacer visibles las injusticias que afectan a las personas o a los pueblos.
A lo largo de la historia, compositoras y compositores de todos los géneros han usado el sonido para nombrar las heridas y exigir respeto a la dignidad humana.
Estas creaciones muestran que la música no solo emociona: también organiza la emoción en conciencia, transforma la indignación en esperanza y convierte la sensibilidad estética en acción ética.
Cuando una obra conmueve y despierta pensamiento crítico, no solo comunica: actúa sobre la realidad.

5. La música, silencio y conciencia interior
El silencio no es ausencia de música sino parte esencial de ella, su origen y final.
En el silencio se afinan la atención, se amplia nuestra sensibilidad y se abre el espacio interior: aprendemos a escuchar lo que nos rodea y a tomar conciencia de lo que ocurre dentro y fuera de nosotras y nosotros.
Escuchar conscientemente —a los sonidos del entorno, a la respiración, al propio cuerpo o a los demás— es un ejercicio de presencia.
A través de esta escucha atenta, los sonidos o la música se convierte en un medio para reconocer lo que sentimos, pensamos, para recuperar la calma y la concentración, y para encontrar equilibrio interior.
En muchas tradiciones, el sonido y la música han sido entendidos y utilizados como puentes hacia lo espiritual o lo trascendente.
Los mantras, los cantos sagrados o las danzas rituales buscan armonizar cuerpo y mente, conectar lo humano con la naturaleza y con lo divino.
Más allá de las religiones, esta dimensión espiritual aparece también en la experiencia estética: en el recogimiento que produce una melodía, en el silencio que sigue a un acorde o en la emoción compartida de un concierto.
En todos los casos, la música nos invita a un estado de conciencia y presencia plena, en el que el sonido deja de ser solo un estímulo y se convierte en una forma de conocimiento interior.

La danza del dhikr es una práctica espiritual sufí que implica movimientos repetitivos y giros para alcanzar un estado de éxtasis religioso. Se asocia con el sama (ceremonia de escucha) y los derviches giróvagos.
Propósito: Glorificar a Dios, alcanzar la perfección espiritual y lograr un estado de trance o unidad con lo divino.
Movimientos: Giros continuos con los brazos extendidos. imbolizan la ascensión hacia la verdad y el abandono del ego.
Recitación: Se acompaña de la recitación de versos del Corán o los 99 nombres de Dios como un mantra.
En muchas tradiciones, la música y/o el sonido se emplean para conectar con lo espiritual. Prácticas en este sentido:
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En la India, los mantras —como el OM— se repiten para generar vibraciones que favorecen la calma y el equilibrio interior.
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En el budismo tibetano, se entonan mantras como Om Mani Padme Hum y se usan cuencos cantores, cuyos armónicos ayudan a la concentración y la meditación.
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En las culturas indígenas americanas, los cánticos con tambores acompañan rituales que buscan la conexión con la naturaleza y los antepasados.
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En el gamelán balinés, los conjuntos de percusión crean una textura sonora continua que acompaña ceremonias y favorece la contemplación colectiva.
- En el sufismo islámico, la danza del dhikr combina giros y repetición vocal para alcanzar un estado de unión con lo divino
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En todas ellas, se entiende el sonido como energía capaz de transformar el estado de conciencia y de vincular lo humano con lo trascendente.
6. La música en la era digital
En el siglo XXI, la música se ha vuelto más accesible que nunca.
Plataformas y redes nos permiten escuchar casi cualquier obra, en cualquier momento y lugar.
Sin embargo, esta abundancia plantea un nuevo desafío: aprender a escuchar con criterio en un mundo de sobreestimulación sonora.
Los algoritmos de recomendación nos ofrecen canciones basadas en nuestros gustos, pero también limitan nuestra curiosidad y condicionan lo que descubrimos.
La música corre el riesgo de convertirse en un producto de consumo rápido, asociado al entretenimiento constante y al ruido de fondo.
Por eso, en la era digital es más necesario que nunca educar la escucha: reconocer los contextos, valorar la diversidad de estilos y tradiciones, y comprender que detrás de cada canción hay una historia, una persona y una cultura.
Frente a la pasividad del consumo automático, la escucha consciente nos devuelve al sentido profundo de la música como experiencia humana compartida.
Al mismo tiempo, la tecnología ha abierto nuevas oportunidades de creación y colaboración: artistas que producen desde sus hogares, proyectos colectivos en línea, rescate de archivos sonoros, y difusión de voces antes silenciadas.
Internet puede ser, así, una herramienta para democratizar el acceso y visibilizar la pluralidad de formas de hacer música en el mundo.
Conclusión
La música es una de las expresiones más universales de la humanidad.
Nos acompaña, nos enseña, nos une y nos transforma.
A través de ella aprendemos a sentir, a recordar, a imaginar y a convivir.
A lo largo del tiempo, la música ha cumplido múltiples funciones:
ha despertado emociones y recuerdos; ha unido a las personas en celebraciones y rituales;
ha transmitido conocimientos, historias y valores;
ha servido de voz frente a la injusticia y de refugio en la intimidad;
ha favorecido la atención, el silencio y la conexión interior;
y en la actualidad, nos invita a escuchar críticamente en un mundo digital lleno de sonidos.
En todas sus formas, la música sigue siendo una experiencia compartida que da sentido, identidad y profundidad a la vida humana.
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